Artículo por: Carolina Harris.
Sabemos lo difícil que es a veces modular la conducta de un niño y desarrollar habilidades socioemocionales, sobre todo cuando un niño está teniendo dificultades para regular su emoción. A veces creemos que la forma de hacer esto, debiera ser siempre con una actitud más seria y racional por parte del adulto. Sin embargo, el juego nos permite relacionarnos desde la propia lógica de los niños pequeños para ir desarrollando estas habilidades de forma progresiva, sin tanto drama y con mucha conexión.
En la nota anterior (La función del juego en el desarrollo integral de un niño: ideas para jugar con nuestros hijos), mencionábamos los múltiples beneficios y que al hablar de juego no sólo hablamos de diversión. Según el Center on The Developing Child de Harvard, el juego tiene 3 grandes funciones que son clave para nuestro desarrollo.
- Apoya las relaciones entre cuidadores y niños, haciendo una invitación a interactuar desde un estilo que es natural entre ellos.
- Fortalece las habilidades básicas para la vida: A través del juego, el niño explora nuevas posibilidades y aprende a relacionarse con el mundo de una forma cada vez más compleja e integrada. El juego permite que el niño aprenda a relacionarse con otros y entender límites sociales, conocer reglas del juego y seguirlas, ir focalizando la atención, planificar y ser flexible.
- Reduce las fuentes de estrés: Nos permite “practicar” las habilidades clave que permiten enfrentarse a una situación y cambiarla bajo un estrés tolerable para no sentirse bajo una amenaza. Así mejoramos la adaptabilidad de un niño a una condición estresante, promoviendo el funcionamiento cognitivo, socioemocional y psicomotor fortaleciendo su capacidad para enfrentar desafíos más complejos.
Asimismo se ha podido investigar que el juego, además de reducir el estrés, tiene una importante función regulatoria, ayudando a los cuidadores principales a leer mejor las claves de lo que un niño está sintiendo y pensando, promoviendo el disfrute, una actitud positiva frente a los desafíos y acompañando al niño a transitar mejor por momentos de mayor o menor tolerancia, activando la calma y la seguridad.
Jugar nos abre la posibilidad de utilizar todas nuestras herramientas naturales para la construcción de nuestro cerebro socioemocional. Algunas investigaciones evidencian que el juego confiere un elemento “acelerador” que ayuda a activar y a programar las regiones del cerebro que están relacionadas con nuestra conducta emocional, después de realizar una actividad lúdica.
Por último, el juego nos permite “ensayar” nuevos patrones de conducta ante una posible desregulación emocional, pero en un contexto que a los niños les resulta seguro y amigable. Un ejemplo de esto lo que se ha visto sobre como los esquimales (Inuits) aprendían a regular su ira. Practicaban con los niños el control de la fuerza y podían razonar sobre la consecuencia de un golpe de forma anticipada y lúdica en una situación donde no había un enojo real y en momentos en que su hijo sí se podía autorregular y entender por la razón. Así , a través de juegos “como si fuera una situación real” preparaban su cerebros para responder con conductas más adecuadas cuando no pudieran ser capaces de autorregular fácilmente.
¿Qué cosas podemos “ensayar como si ocurrieran realmente” de acuerdo a cada edad y nivel de desarrollo?
Sabemos por ejemplo que desde los 0 -24 meses la tolerancia progresiva a la ausencia del cuidador en ciertos momentos de separación puede ser muy angustiante y desreguladora, sin embargo a través del juego el niño pequeño puede comenzar a descubrir que el adulto a cargo si puede estar presente aunque esté en otro lugar de la casa o haya salido por un minuto haciendo más tolerables sus emociones cuando la ausencia sea más larga.
Esto puede ensayarse a través de distintos juegos como si el adulto desapareciera, pero en un contexto absolutamente controlado y lúdico reforzando la seguridad a través de juegos como el “está-no está” (peekaboo), jugar a las escondidas de forma simple o desaparecer detrás de la puerta, los cuales permiten tolerar la sensación emocional de que su cuidador no esté presente, creando emoción y fascinación cada vez que aparece, reforzando la seguridad de que “yo soy una persona, tú eres otra y te gusto”. Cuando el contacto se restablece, la risa que se provocan mutuamente le da a los niños una tremenda sensación de ser amados, anhelados y valiosos, proporcionando autoafirmación y cercanía.
Es por eso que no podemos privar a los niños del juego: proporcionemos suficientes oportunidades, siguiendo los ritmos del niño y confiando en que existe un plan de desarrollo social y mental que permite acoger nuevas experiencias en la medida en que van creciendo y se van desarrollando. Acelerar las etapas del juego no es el objetivo, y éstos aprenderán a escoger por sí mismos lo que necesiten para sentirse seguros.